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Cómo dejar de fumar y no engordar en el intento

¡Dejar de fumar no es fácil ni aunque sepas cómo! ¡Qué no te engañen!

Yo estuve dejando de fumar, fumando, durante 15 años. Lo hacía de forma constante y cíclica, a ritmo. Un cigarrillo, dos, tres…y otro más.  Ni hacer deporte, ni adelgazar, ni llevar una vida sana se me pasaba entonces por la cabeza.

Fumando

Fumando

Quise dejar de fumar casi desde que empecé, cuando me di cuenta que ya no había marcha atrás. Fue mi propósito de año nuevo desde el 2000.  Aquella Nochevieja, en la que la gente se debatía entre la llegada del fin del mundo y la debacle del apagón analógico, yo tenía otra preocupación mucho mayor: qué sería de mi sin fumar, sin encender un cigarrillo, sin humear…solo de pensarlo me vuelven los sudores fríos. Esa era la verdadera catástrofe de aquél 31 de diciembre.  Fue tan angustiosa la noche que fumé más que Vivien Leig -Escarlata O’hara- en Lo que el Viento se llevó: ella cuatro cajetillas al día, yo cuatro cajetillas en una noche. No dejé de fumar, claro, pero la parte buena es que ni se acabó el mundo ni hubo un desastre tecnológico. Pocas veces las profecías y los deseos se cumplen.

Ni un contrató impidió que apagara mi último cigarrillo.   Afortunadamente no perdía  una fianza si lo incumplía, aunque sí ganaba una colleja por cigarro encendido, qué también duele.  El propietario de tan peculiar contrato era Toni, el viajero infrecuente, quien siempre supo que no renunciaría al tabaco, por lo menos, no en ese momento. ¡Siempre ha sido un espabilado! Aunque no me sirvio para dejar de fumar, la gracia del contrato nos ha dado para hablar durante muchos años.

Tabaco

Kit de supervivencia. Mis últimas calada fueron con tabaco de liar.

Años después hice un nuevo intento. Duró una semana, bueno cinco días. Ahí supe lo que era un mono de verdad – y no Chita-. Me despertaba cada noche con sudores fríos – eso si conseguía conciliar el sueño- estaba de mal humor y sí, con ganas de comer. Total, que para controlar la ansiedad decidí que fumaría solo tres cigarrillos al día – desayuno, almuerzo y cena- a modo de medicación. Más o menos funcionó. Digo más  menos porque, cual yonki, llegué a adelantar el reloj para que mi dosis no se hiciera esperar.  Pero entonces llegó el sábado noche. Estaba con unos amigos en el mítico Chapandaz en  Moncloa, famoso por su asquerosa leche de pantera,  y me entraron ganas de ir al lavabo. Allá que fui y ¡oh sorpresa! mientras me bajaba las medias, encerrada en el retrete, me encontré una cajetilla de Marlboro Light.  Me encomendé a mi vaquero de Colorado, que anunciaba Lucky Strike, mi marca favorita, para que no viera en ese gesto un renuncio  y abrí la cajetilla. Estaba llena. Claramente era una señal – o así lo entendí yo- . Dejé de fumarme mis ganas de fumar y me encendí un cigarrillo. Cayeron los 20 de la cajetilla aquella noche. Por cierto, si quieres ver al cowboy  de Lucky Strike, pincha en el siguiente enlace:

Pasaron bastantes años hasta que hice mi último y definitivo intento por dejar de fumar. Hoy hace exactamente un año y un mes que apagué mí último cigarrillo. ¿Cómo lo hice? Pues la verdad, no lo tengo muy claro. Creo que fue porque estaba realmente convencida de que quería hacerlo. Y que me importaba más el dejarlo que la ansiedad que me pudiera generar, que en el peor de los casos sería pasajera. Varios factores influyeron en mi decisión, pero sobre todo estos dos:

1. Me molestaba el olor del tabaco en la ropa de deporte. Correr y apestar a tabaco es la peor sensación del mundo.

2. Yo no controlaba mi vida, la controlaba el tabaco. Me di cuenta de su poder cuando en una escala en el aeropuerto de Abudhabi enloquecí porque no encontraba la sala de fumadores. Llegué a ponerme impertinente con una azafata que trataba de explicarme en inglés cómo llegar. Y yo lo único que pensaba era que no podía subirme al avión sin fumar, y esa mujer hablándome en inglés me estaba complicando la vida. La dejé con la palabra en la boca y me puse a correr hacia ninguna parte. Fue muy patético, sobre todo porque iba con mi novio al que acababa de conocer hacía poco más de un mes. El flipó, pero yo casi más. Nunca me había visto tan fuera de mí. Por cierto, encontré la sala de fumadores, encendí el cigarrillo, le di una calada y me fui corriendo. Era la única mujer de la sala y mis compañeros de vicio era hombres con casacas y pañuelos árabes en la cabeza no les gustaba mi compañía y se gastaban muy malos humos. Después del mal rato y la ansiedad pensando que no podría fumar,¡encima se me atragantó el cigarro! Os dejo una foto fumando días antes del incidente en el aeropuerto.

Fumando un cigarro en Tailandia

Fumando un cigarro en Tailandia. De regreso a España ocurrió el episodio de Abudhabi

Pues así, de la noche a la mañana dejé de fumar el 11 de enero de 2014. Ni fecha señalada, ni promesa, ni nada. No se pasa bien, pero se puede controlar. Las dos primeras semanas son lo peor. Para sobrellevar la ansiedad, me dedicaba a comer zanahorias, mascar chicles y hacer deporte. Cuando la casa se me caía encima y había peligro de asaltar  la nevera, literalmente me iba a dar una vuelta a la manzana, que no a comérmela. Fue cabezonería. Quise dejar de fumar y quería hacerlo por mí misma. Eso sí, prefería volver a fumar que engordar, así que como no quería ni una cosa ni la otra, recurrí al  autocontrol y a la fuerza de voluntad, tus mejores colegas para dejar de fumar y no engordar en el intento.  Un año y un mes después todavía me acuerdo del tabaco.

Pd: ¿Sabes cuánto dinero he quemado en los 15 años que estuve fumando? Aproximadamente unos 27.ooo euros. ¡Qué de viajes me es-fumé!

¡Hasta la próxima!